(continuación)
San Pablo denuncia, y Juan Pablo II se pone el saco:
Tres son las encíclicas de Juan Pablo II conducentes a Asis 86: Redemptor Hominis, Dives in Misericordia, y Dominum et Vivificantem; y con ellas va a introducir Juan Pablo II una religión masónica, la religión del hombre dentro de lo que supuestamente sigue siendo la Iglesia Católica. En la primera hace burla de Jesucristo, el Eterno Juez ("Todo juicio me lo ha dado mi Padre") con su prédica del salvacionismo universal que excluye de toda posibilidad el Juicio Final (Mat 25:31 y ss) y la condena de los réprobos. En la segunda "Dives in Misericordia" se va a burlar del Padre y de Sus Leyes así como del Misterio Trinitario; y en la tercera "Dominum et Vivificantem" destinada al Espíritu Santo cometerá el pecado imperdonable, pecando contra el mismo Espíritu Santo en el texto mismo de la encíclica al insistir en el salvacionismo universal, y en el Concilio, como obra del mismo Espíritu Santo. ¡Con razón exclama el P. Johannes Dörmann más de diez años antes de la muerte de Juan Pablo II!: "The question (for the Catholic) is whether he should disregard all doctrinal concerns, and simply accompany the Pope on his pilgrimage to the "mystical moutain"in Assisi, or whether he should shudder at the thought of it". "El problema (para el católico) se reduce a si haciendo de lado toda preocupación doctrinal puede acompañar al Papa en su peregrinar a la "montaña mística" en Asis, o si debiera temblar de solo pensarlo".
En Corazain, lago de Genezaret durante la misa para la juventud en el 2000. Juan Pablo II repite --14 años después-- su presencia en un trono signado con la cruz invertida, lo propio de las sectas satánicas.
La Cruz es una singularidad que, como vimos, contradice cabalmente la religión por la que Cristo está indiferentemente en TODO hombre para justificar la indiferente salvación de TODOS los hombres. La Cruz de nuestra redención, el símbolo glorioso de la cristiandad, exclusividad de Cristo y de sus seguidores contradice la premisa fundamental de la religión de Juan Pablo II que las equipara a todas; por lo cual, lejos de merecer el honor tradicional es invertida por él. La confirmación verbal aparece en Dives in Misericordia 8:1 como sigue: "La cruz de Cristo en el Calvario es asimismo testimonio de la fuerza del mal contra el mismo Hijo de Dios". Esta interpretación maniquea es una inversión tan completa como la representada por la cruz en el respaldo. El mal resulta ser así el fuerte y Jesucristo una víctima del Demonio contra lo expresado por Él: "Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre". (Juan 10:17-18). E igualmente: "Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado." (Juan 14:30-31)
La Cruz es una singularidad que, como vimos, contradice cabalmente la religión por la que Cristo está indiferentemente en TODO hombre para justificar la indiferente salvación de TODOS los hombres. La Cruz de nuestra redención, el símbolo glorioso de la cristiandad, exclusividad de Cristo y de sus seguidores contradice la premisa fundamental de la religión de Juan Pablo II que las equipara a todas; por lo cual, lejos de merecer el honor tradicional es invertida por él. La confirmación verbal aparece en Dives in Misericordia 8:1 como sigue: "La cruz de Cristo en el Calvario es asimismo testimonio de la fuerza del mal contra el mismo Hijo de Dios". Esta interpretación maniquea es una inversión tan completa como la representada por la cruz en el respaldo. El mal resulta ser así el fuerte y Jesucristo una víctima del Demonio contra lo expresado por Él: "Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre". (Juan 10:17-18). E igualmente: "Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado." (Juan 14:30-31)