viernes, 10 de junio de 2011

- L A S - E N C I C L I C A S - S A T Á N I C A S:

(continuación)

San Pablo denuncia, y Juan Pablo II se pone el saco:
 
"Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios." (II Tesalonisenses 2:3-5)

Tres son las encíclicas de Juan Pablo II conducentes a Asis 86: Redemptor Hominis, Dives in Misericordia, y Dominum et Vivificantem; y con ellas va a introducir Juan Pablo II una religión masónica, la religión del hombre dentro de lo que supuestamente sigue siendo la Iglesia Católica. En la primera hace burla de Jesucristo, el Eterno Juez ("Todo juicio me lo ha dado mi Padre") con su prédica del salvacionismo universal que excluye de toda posibilidad el Juicio Final (Mat 25:31 y ss) y la condena de los réprobos. En la segunda "Dives in Misericordia" se va a burlar del Padre y de Sus Leyes así como del Misterio Trinitario; y en la tercera "Dominum et Vivificantem" destinada al Espíritu Santo cometerá el pecado imperdonable, pecando contra el mismo Espíritu Santo en el texto mismo de la encíclica al insistir en el salvacionismo universal, y en el Concilio, como obra del mismo Espíritu Santo. ¡Con razón exclama el P. Johannes Dörmann más de diez años antes de la muerte de Juan Pablo II!: "The question (for the Catholic) is whether he should disregard all doctrinal concerns, and simply accompany the Pope on his pilgrimage to the "mystical moutain"in Assisi, or whether he should shudder at the thought of it". "El problema (para el católico) se reduce a si haciendo de lado toda preocupación doctrinal puede acompañar al Papa en su peregrinar a la "montaña mística" en Asis, o si debiera temblar de solo pensarlo".

En Corazain, lago de Genezaret durante la misa para la juventud en el 2000. Juan Pablo II repite --14 años después-- su presencia en un trono signado con la cruz invertida, lo propio de las sectas satánicas.

La Cruz es una singularidad que, como vimos, contradice cabalmente la religión por la que Cristo está indiferentemente en TODO hombre para justificar la indiferente salvación de TODOS los hombres. La Cruz de nuestra redención, el símbolo glorioso de la cristiandad, exclusividad de Cristo y de sus seguidores contradice la premisa fundamental de la religión de Juan Pablo II que las equipara a todas; por lo cual, lejos de merecer el honor tradicional es invertida por él. La confirmación verbal aparece en Dives in Misericordia 8:1 como sigue: "
La cruz de Cristo en el Calvario es asimismo testimonio de la fuerza del mal contra el mismo Hijo de Dios"Esta interpretación maniquea es una inversión tan completa como la representada por la cruz en el respaldo. El mal resulta ser así el fuerte y Jesucristo una víctima del Demonio contra lo expresado por Él:  "Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre". (Juan 10:17-18). E igualmente: "Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado." (Juan 14:30-31)


 REDEMPTOR HOMINIS 

Estamos ante una continua burla de Jesucristo que al convidarnos a tomar la cruz y seguirle no puede estar invitándonos a perecer bajo el mal, sino a triunfar sobre el mal por la cruz, ya que el "Redemptor Hominis", El Redentor del Hombre es "El Camino" hacia Dios, ESE camino hacia Dios es Cristo (Jn 14:6), y ese Camino, exclusivo y único pasa necesariamente por la cruz, lo que el réprobo niega afirmando, como ya vimos, que el camino de la Iglesia es el que conduce no a Dios, sino al hombre. NO dice a Dios, ni siquiera menciona a Cristo pudiendo decirlo en alguna instancia, sino "al hombre", dando a entender a cualquier hombre y a todo hombre como ejemplificara inequívocamente en Asis.

 
La presencia para orar en común de 160 corifeos de las más variadas creencias ponía en claro un nuevo dogma y una nueva fe: "No importa a quien se rece, mucho menos como se rece, sino que sea "el hombre" el que rece. El "hombre" es así el centro, el origen y la meta única del rezar; y el rezar un mero medio para destacar al hombre en su indiferentismo ante la identidad única del verdadero Dios. Y lo dice textualmente: "Todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre"Tenemos que completar con su negación del Señor del Juicio Final y su "Id al Infierno malditos de mi Padre". El Dios Remunerador de la justicia infinita es precisamente Jesucristo: Todo juicio me lo ha dado mi Padre, porque el Padre no juzga a nadie (Jn 5:22). Pero, ¿Cómo iba a ser Dios juez y remunerador del hombre si "el hombre" es todo al extremo de ser centro, principio y fin de la oración misma en lugar de Dios?

Asís de nuevo pero siete años después. En enero de 1993 como ha venido ocurriendo cada año desde 1986 en distintas partes del mundo, Juan Pablo II preside una extraña oración con toda suerte de creyentes ecuménica- mente unidos, eso sí, ¡por el mismo tipo de lamparitas de Aladino! Lo único invariable es el ridículo, la burla a la religión.

Veamos el párrafo completo en Redemptor Hominis:
Bajo 14, "Todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre": Este hombre es el camino de la Iglesia, camino que conduce en cierto modo al origen de todos aquellos caminos por los que debe caminar la Iglesia, porque el hombre --todo hombre sin excepción alguna-- ha sido redimido por Cristo, porque con el hombre --cada hombre sin excepción alguna-- se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello, «Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre» --a todo hombre y a todos los hombres-- «... su luz y su fuerza para que pueda responder a su máxima vocación».

Con lo cual, como vemos, ha sustituido la Gloria del único Señor con sus elegidos por cualquier hombre y con todo hombre; ya que --"cada hombre sin excepción alguna-- se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello". Todo hombre es tan Cristo como el mismo Cristo; y por consiguiente el hombre lo es todo. El dogma católico de la Comunión de los Santos es estirado para incluir a cada hombre y a todo hombre, santos y endemoniados todos juntos para que sea igualmente indiferente si se trata de la comunión de los santos o de la comunión de los demonios. Y lo ha hecho bajo el disfraz de Sumo Pontífice de la Iglesia Católica.



DIVES IN MISERICORDIA

La estrategia fundamental en esta encíclica de Juan Pablo II para justificar su apocatástasis, la doctrina de que todos los hombres se salvan, es reducir la abismal diferencia existente entre Dios y el hombre, para luego hacer de la misericordia divina el pasaporte para la impiedad y el libertinaje. Recordamos su insistencia en la miseri- cordia para olvidar la justicia. Nada tiene de extraño que pueda resumirse su doctrina a un: "Dios es tan bueno, que cualquiera puede hacer lo que se le antoje con Él y salirse con la suya". A la pregunta ¿qué clase de dios será ese? Juan Pablo no deja de responder de manera completa tocando la parábola del Hijo Pródigo. De manera que. . .

 De nuevo encontramos un párrafo clave para develar lo diabólico de la doctrina de Juan Pablo II. Bajo 6. Reflexión particular sobre la dignidad humana

"Lo que ha ocurrido en la relación del padre con el hijo, en la parábola de Cristo, no se puede valorar « desde fuera ». Nuestros prejuicios en torno al tema de la misericordia son a lo más el resultado de una valoración exterior. Ocurre a veces que, siguiendo tal sistema de valoración, percibimos principalmente en la miseri- cordia una relación de desigualdad entre el que la ofrece y el que la recibe. Consiguientemente estamos dispuestos a deducir que la misericordia difama a quien la recibe y ofende la dignidad del hombre. La parábola del hijo pródigo demuestra cuán diversa es la realidad: la relación de misericordia se funda en la común experiencia de aquel bien que es el hombre, sobre la común experiencia de la dignidad que le es propia.

De manera que, si la relación de misericordia se funda sobre la dignidad que le es propia al hombre, la misericordia ya no es dádiva del Infinito a la criatura; del infinitamente Santo al pecador; sino el reconocimiento de su dignidad sin que medie la pérdida de la dignidad por el pecado. Si por el contrario, la misericordia se funda sobre la bondad de Dios, sobre la diferencia entre la dignidad del Infinitamente Santo condescendiendo a levantar al miserble, al pecador, se restaura la relación de desigualdad entre quien la ofrece y quien la recibe, sin que nadie caiga en la ridiculez de ver al pecador difamado por considerarlo tal, ya que como sentencia San Juan: "sí negamos que hemos pecado hacemos a Dios mentiroso"; y el rodeo para decirlo pasando por borrar las diferencias exaltando la dignidad del hombre nos vuelve a mostrar la zorrería de Juan Pablo.

 La preocupación fundamental de Juan Pablo II resulta ser que la dignidad del hombre no se vea ofendida por la superioridad de Dios. Para evitar que alguien pudiera incurrir en tamaño desacato contra el valor supremo que para él es la dignidad del hombre, va a encontrar la forma de presentar al hombre a su vez manifestando su misericordia hacia Dios.

 Veamos el texto:

Bajo "7. Misericordia revelada en la cruz y en la resurrección", encontramos:

"En efecto, si la realidad de la redención, en su dimensión humana desvela la grandeza inaudita del hombre, que mereció tener tan gran Redentor,"  

Y notamos la inversión equivalente a poner la cruz de cabeza. El protagonista supremo para JPII no es Dios, el que sí es grande, sino el hombre por sus merecimientos. Cuando vemos esto a la luz de la intención blasfema del rechazo a la superioridad de Dios que campea en las encíclicas notamos la manipulación de textos, contextos y significados a los que apela Juan Pablo II. Es cierto que está citando el « Exultet » de la liturgia de la Vigilia Pascual como aparece en el pie de página correspondiente, pero, precisamente por eso, el objeto del desmesurado elogio es Jesucristo Resucitado, y no los que bajamos a la tumba. Con este sencillo artificio de confundir al Resucitado y su grandeza con los cadáveres del montón ya se hizo Juan Pablo II de un argumento para que la misericordia ya no "difame a quien la recibe y ofenda la dignidad del hombre". 


Sigamos con el texto: 

Bajo "8. Amor mas fuerte que la muerte mas fuerte que el pecado" encontramos:
  
"Mientras « las cosas de antes no hayan pasado », la cruz permanecerá como ese «lugar», al que aún podrían referirse otras palabras del Apocalipsis de Juan: « Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo ». (Ap 3:20) De manera particular Dios revela asimismo su misericordia, cuando invita al hombre a la « misericordia » hacia su Hijo, hacia el Crucificado". 

 Con solo recordar la diferencia entre compadecer, que significa "padecer junto con" y misericordia que por sus raices mismas: miser (miserable) y cor (corazón) el corazón para los miserables; tenemos de nuevo que admitir que el pillastre de Juan Pablo II "encontró" la forma de que el mismo Dios invite al "hombre", al "masón" a sentirse condescendiente con el "miserable" Redentor del Hombre. Dios invita al arrepentimiento y a la conversión por medio del Redentor, NO a que seamos misericordiosos con él; y menos aún a que con tal actitud nos sintamos superiores a Él!
Y continúa con el tema de la misericordia del "hombre", del "hombre su ídolo personal"; "del hombre ya anunciado por los textos del Concilio Vaticano II" hacia Dios y validándolo con Ap 3:20 -:

"Cristo, en cuanto crucificado, es el Verbo que no pasa; es el que está a la puerta y llama al corazón de todo hombre, sin coartar su libertad, tratando de sacar de esa misma libertad el amor que es no solamente un acto de solidaridad con el Hijo del Hombre que sufre, sino también, en cierto modo, «misericordia» manifestada por cada uno de nosotros al Hijo del Padre eterno. En este pro- grama mesiánico de Cristo, en toda la revelación de la miseri- cordia mediante la cruz, ¿cabe quizá la posibilidad de que sea mayormente respetada y elevada la dignidad del hombre, dado que él, experimentando la misericordia, es también en cierto sentido el que «manifiesta contemporáneamente la misericordia»?"

Para no dejar duda: ¿cabe quizá la posibilidad de que sea mayormente respetada y elevada la dignidad del hombre (respecto a Dios), dado que él, experimentando la misericordia, es también en cierto sentido el que «manifiesta contemporáneamente la misericordia (hacia Dios)»?"


¡Blasfemia pura! 

Por supuesto que el infame está tomando frases de la escritura fuera de contexto para poner la Sagrada Escritura en contradicción consigo misma. Basta para ello con consultar su cita de Apocalipsis 3:20 para caer en cuenta de que lejos de tratarse de una invitación del Padre a ver en su hijo a un miserable, para dar lugar a igualarse el hombre con Dios, es el Hijo mismo, Jesucristo resucitado quien se presenta como SEÑOR a reprender, y de ninguna manera a mendigar misericordia --como igual o inferior-- de sus criaturas. Veamos la cita completa:


"Al Angel de la Iglesia de Laodicea escribe: Así habla el Amén, el Testigo fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios. Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Tú dices: «Soy rico; me he enriquecido; nada me falta». Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de  compasión, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos blancos para que te cubras, y no quede al descubierto la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que te des en los ojos y recobres la vista. Yo a los que amo, los reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él  y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias". (Ap 3:14-22)


La desfachatez del réprobo de transmutar la imagen y semejanza en que el hombre fue creado por Dios, por algo tan injustificada cuanto inauditamente superior como sería a la esencia misma de Dios, para poder despojar al Pecado Original de la fuerza para destrozar esa imagen convertida por él en cuasi esencia --tesis que esgrime Juan Pablo II para fundamentar la salvación hasta de los más perversos de los hombres-- lo conduce a nuevos extremos del ridículo cuando escribe:
 
"Las palabras del sermón de la montaña: « Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán misericordia » ¿no constituyen en cierto sentido una síntesis de toda la Buena Nueva, de todo el « cambio admirable » (admirabile commercium) en ella encerrado, que es una ley sencilla, fuerte y « dulce » a la vez de la misma economía de la salvación? Estas palabras del sermón de la montaña, al hacer ver las posibilidades del « corazón humano » en su punto de partida (« ser misericordiosos »), ¿no revelan quizá, dentro de la misma perspectiva, el misterio profundo de Dios: la inescrutable unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la que el amor, conteniendo la justicia, abre el camino a la misericordia, que a su vez revela la perfección de la justicia?"

Obvio es que hay un (admirabile commercium); un admirable comercio propuesto por Jesucristo por el cual, la misericordia que tengamos con el hambriento, el desnudo, etc.; Él lo tomará como hecho a Él mismo para darnos la vida eterna; pero otra cosa es que revele una misericordia que se otorgan mutuamente las tres divinas personas considerándose como miserables entre sí. Pero de lo que no cabe duda es que estos excesos de los humos de Satanás, mezclados con los de opio y la marihuana, pueden avalar la tesis de un dios a la medida de Juan Pablo y sus encíclicas, necesitado de la misericordia de los hombres según su peregrina interpretación de Ap 3:20.

Es necesario recalcar la diferencia entre compasión y misericordia. Es indispensable recordar que Jesucristo jamás solicitó la compasión de nadie para sí mismo, sino por el contrario, contra las afirmaciones patentes en la encíclica, solo buscó expiar con el sumum de su propio dolor, humillaciones, ultrajes y la muerte, la expiación por nuestros pecados.

Por consiguiente estamos, como a través de todas estas encíclicas, ante la reinterpretación antropomórfica del Misterio Trinitario por Juan Pablo II cuando afirma: "Estas palabras del sermón de la montaña, al hacer ver las posibilidades del « corazón humano » en su punto de partida (« ser misericordiosos »), ¿no revelan quizá, dentro de la misma perspectiva, el misterio profundo de Dios: la inescrutable unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la que el amor, conteniendo la justicia, abre el camino a la misericordia, que a su vez revela la perfección de la justicia?"


De no ser por el atentado cometido desde el Credo mismo dentro del cual se ha cambiado TOTALMENTE la idea propia del Misterio al sustituir consubstancial al Padre, por de la misma naturaleza que el Padre, encontraríamos lícito ponerlo en duda dado lo inaudito de aplicar el título de miserable al Infinitamente Rico, al extremo de tocarlo en la relación intrínseca entre cada una de las Tres Divinas Personas con el término misericordia. La fe católica que exalta tanto la justicia como la misericordia trata de estos conceptos ad extra, jamás ad intro, de la Santísima Trinidad como hace Juan Pablo II.


Concluyendo sobre Dives in Misericordia

La misericordia de Dios es la esperanza de todo cristiano, de ahí que se preste ya sea por exceso o por defecto a ser una vía para los asaltos a la fe. Si me excedo a la derecha me estrello contra el árbol; si a la izquierda choco de frente con otro vehículo, de ahí que la Sabiduría Infinita de Cristo haya testado en el Nuevo: "El camino es estrecho y la puerta angosta". Si cometemos el atropello de negar la misericordia negamos el Amor de Dios, a la mitad de su Justicia, y a toda esperanza le quitamos su fuerza. Pero, si por el contrario abusamos de la misericordia para negar Su Justicia abrimos la puerta al Diablo de todos los vicios, ambiciones, rencores y venganzas. "Ancho es el camino que lleva a la perdición", y ninguno tan amplio como el que abriera Juan Pablo II.

La religión católica es un paso enorme sobre el Antiguo Testamento. Por primera vez pasa el hombre de esclavo de la ley a miembro de La Familia, asunto que San Pablo enfatiza de manera continua. Por primera vez, nuestra relación es con papá y mamá y no con el tribunal del barrio. La severidad se atempera, pero no desaparece. Las normas adquieren la sonrisa y el tono afable, pero el amor exige más respeto y no menos al padre que al juez. Peor es el parricida que el homicida, y el peso de la ley cobra la fuerza definitiva que la gratitud reclama.

Este paso, eliminado el padrastro de la ley, no quita un punto ni una coma de los diez mandamientos; sino que por el contrario, enalteciendo al prójimo y obligando al amar a los que nos odian y a dar la vida en imitación de Cristo completa rebosantemente el cuadro de la misericordia. La Iglesia, admirada, reconoció siempre que Dios nos había demostrado en Cristo la cúspide de su misericordia. Que ya no es posible exigirle más al que lo ha dado todo. Que habiendo recibido el hombre TODO de la Misericordia, Dios, llevado al extremo por su amor infinito ya no tenía más que dar; sino por el contrario, tenía TODO EL DERECHO A EXIGIR. Entendía la Iglesia, por tanto, el peligro y el absurdo de exigir más al que lo había dado todo, para liberar de sus obligaciones de obediencia y gratitud a los que ya lo habían recibido todo. Peligro más grande no podría darse para la salvación de las almas, para la cordura del magisterio, ni para la supervivencia de la civilización.

Juan Pablo II lo plantearía al revés: "el hombre", su ídolo, tiene todo derecho sobre Dios, y nada que temer de Él. Tan ridiculiza a Dios con ello como hunde al hombre en la temeridad del pecado y del delito; pero el hombre al que importan menos las consecuencias que sus vicios se desborda agradecido; agradecido de que en vez de corregirle le idolatre. Un dios ficto para una humanidad engañada y muchos contentos. Y el absurdo como lugar común despoja de amenaza, fictamente también, a la hecatombe que se avecina.


En las palabras de San Pablo tras haber dejado en claro su cumplimiento:
"Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios." (II Tesalonisenses 2:3-5)
(Continuará)