A María Valtorta
DICE JESÚS:
Una vez te hice ver el monstruo del abismo. Hoy te hablaré de su reino. No
te puedo tener en el Paraíso siempre. Recuerda que tú tienes la misión de
volver a llamar a la verdad a los hermanos que demasiado la han olvidado, y de
este olvido que en realidad es desprecio por la verdad eterna, proceden tantos
males a los hombres.
Escribe por lo tanto esta página dolorosa. Después serás consolada. Es la
noche del Viernes Santo. Escribe mirando a tu Jesús que está muerto sobre la
Cruz, entre tormentos tales que son comparables a aquellos del infierno, y que
ha querido tal muerte para salvar a los hombres de la muerte (eterna: el
infierno).
Los hombres de este tiempo ya no creen en la existencia del infierno. Están
aferrados a un más allá a su gusto de tal manera que estén menos atemorizados
en su conciencia merecedora de mucho castigo. Discípulos más o menos fieles del
Espíritu del Mal, saben que su conciencia retrocedería ante ciertos delitos,
si realmente creyesen en el Infierno tal y como la fe enseña que es; saben que
su conciencia, al cometer el delito, tendría que volver en sí misma y en el
remordimiento encontraría el arrepentimiento, en el temor encontraría el
arrepentimiento, y con el arrepentimiento el camino para volver a Mí.
Pero su malicia, adiestrada por Satanás, del cual son siervos o esclavos
(según su apego a los deseos o sugestiones del Maligno) no quiere estos
retrocesos y estos retornos. Anula por eso la fe en el Infierno como es realmente
y se inventa otro. Sí, también se lo inventa.
Esta invención los empuja a creer sacrílegamente, que el más grande de
todos los pecadores de la humanidad, el hijo de Satanás, aquel que era un
ladrón como he dicho en el Evangelio, que era un concupiscente y ansioso de
gloria humana, como digo Yo, el Iscariote, que por hambre de la triple
concupiscencia se hizo mercader del Hijo de Dios y por treinta monedas, y con
la señal de un beso -un valor monetario irrisorio y un valor afectivo ínfimo-
me puso en las manos de los verdugos, pueda redimirse y llegar a Mí, pasando
por fases sucesivas.
No. Si él fue el sacrílego por excelencia, Yo no lo soy. Si él fue el
injusto por excelencia, Yo no lo soy. Si él fue aquel que derramó con desprecio
Mi Sangre, Yo no lo hago. Y perdonar a Judas sería sacrilegio a Mi Divinidad
por él traicionada, sería injusticia hacia todos los demás hombres, siempre
menos culpables que él, y que también son castigados por sus pecados, sería
desprecio para Mi Sangre, en fin, sería venir a menos mis leyes.
He dicho, Yo Dios Uno y Trino, que aquellos que están destinados al
Infierno duran en él por toda la eternidad, porque de aquella muerte no se sale
a una nueva resurrección. He dicho que aquel fuego es eterno y que en él
estarán reunidos todos los operarios de escándalo y de iniquidad. No creáis que
esto sea solo hasta el fin del mundo. No, más bien después del tremendo
juicio, más despiadada se hará aquella morada de llanto y tormento, porque
aquello que aún está concedido a sus habitantes de tener para su infernal
entretenimiento, -el poder dañar a los vivientes y el ver a nuevos condenados
precipitarse en el abismo- ya no será, y la puerta del reino maldito de
Satanás, será clavada y remachada por mis ángeles, para siempre, para siempre,
para siempre, un siempre cuyo número de años no tiene número y respecto a la
cual, si los años se convirtieran en granos de arena de todos los océanos de la
tierra, serían menos que un día de esta Mi eternidad sin medida, hecha de luz y
de gloria en lo alto para los benditos, hecha de tinieblas y horror para los
malditos en lo profundo.
Te he dicho que el Purgatorio es fuego de amor. El Infierno es fuego de
rigor.
El Purgatorio es lugar en el cual, pensando en Dios, cuya esencia os
ilumina en el momento del juicio particular, os hace llenos del deseo de
poseerla, vosotros expiáis la falta de amor por vuestro Señor Dios. A través
del amor conquistáis el amor, y por grados de caridad siempre más encendida
limpiáis vuestra vestimenta hasta hacerla blanca y brillante para entrar en el
Reino de la Luz cuyos fulgores te he mostrado hace días.
El Infierno es el lugar en el cual el pensamiento de Dios, el recuerdo de
Dios vislumbrado en el juicio particular, no es, como para los purgantes santo
deseo, nostalgia afligida pero llena de esperanza, esperanza llena de tranquila
espera, de segura paz que alcanzará la perfección cuando se vuelva conquista de
Dios, pero que ya da al espíritu purgante una alegre actividad purgativa porque
cada pena, cada momento de pena, los acerca a Dios, su amor; sino que es
remordimiento y cólera, es condenación y odio. Odio hacia Satanás, odio hacia
los hombres, odio hacia sí mismos.
Después de haber olvidado su dignidad de hijos de Dios, adorado a los
hombres hasta hacerse asesinos, ladrones, estafadores, mercaderes de
inmundicias para ellos, ahora que vuelven a encontrar a sus patrones por los
cuales han matado, robado, estafado, vendido el propio honor y el honor de
tantas criaturas infelices, débiles, indefensas, haciéndose instrumentos del
vicio que las bestias no conocen -de la lujuria, atributo del hombre envenenado
por Satanás- ahora los odian porque son causa de su tormento.
Después de haberse adorado a sí mismos, dando a la carne, a la sangre, a
los siete apetitos de su carne y de su sangre todas las satisfacciones,
pisoteado la Ley de Dios y la ley de la moralidad, ahora se odian porque se
conocen causa de su tormento.
La palabra "odio" tapiza aquel reino descomunal; ruge en aquellas
flamas, aúlla en los chillidos de los demonios, solloza y gruñe en los lamentos
de los condenados; suena, suena, suena como una eterna campana golpeada por un
martillo; resuena como una eterna bocina de muerte; llena de sí los rincones de
aquella cárcel; es de suyo tormento, porque repite en cada sonido el recuerdo
del amor para siempre perdido, el remordimiento de haberlo querido perder, la
rabia de no poder volver a verlo jamás.
El alma muerta entre aquellas llamas, es como aquellos cuerpos arrojados en
un horno crematorio, se contorsiona y cruje como animada por un nuevo
movimiento vital y se despierta al comprender su error, y muere y renace a
cada momento con sufrimientos atroces porque el remordimiento la mata en una
blasfemia y esa muerte la vuelve a llevar a revivir para un nuevo tormento.
Todo el delito de haber traicionado a Dios en el tiempo, está de frente al alma
por toda la eternidad; todo el error de haber traicionado a Dios en el tiempo
está presente en ella para su tormento por toda la eternidad.
En el fuego las llamas simulan sombras de aquello que adoró en la vida, las
pasiones se dibujan en candentes pinceladas con los más excitantes aspectos, y
rechinan, rechinan a cada recuerdo. "Ha querido el fuego de las pasiones.
Ahora tiene el fuego quemante de Dios, cuyo Santo Fuego ha escarnecido."
El fuego responde al fuego. En el Paraíso es Fuego de Amor Perfecto. En el
Purgatorio es Fuego de Amor Purificador. En el Infierno es Fuego de Amor
Agraviado. Porque los elegidos amaron a la Perfección, el amor se da a ellos en
su perfección. Porque los purgantes amaron tibiamente, el amor se hace llama
para llevarlos a la perfección. Porque los malditos ardieron en todos los
fuegos menos en el Fuego de Dios, el Fuego de la Ira de Dios los quema en
eterno. Y en ese Fuego están congelados.
¡¡Oh!! Lo que sea el Infierno no lo podéis imaginar. Tomad todo cuanto es
tormento del hombre sobre la tierra: fuego, llamas, hielo, inundaciones,
hambre, sueño, sed, heridas, enfermedades, desgracias, muerte, y haced una
única suma y multiplicadla millones de veces. No tendréis más que una sombra de
esta tremenda verdad.
En el ardor insoportable será mezclado el hielo sideral. Los condenados
arderán en todos los fuegos humanos, teniendo únicamente hielo espiritual para
el Señor su Dios. El hielo los espera para congelarlos después de que el fuego
los habrá salado como pescados puestos a asar sobre una llama. Tormento en el
tormento este pasar del ardor del fuego que hincha al hielo que aprieta.
¡¡Oh!! No es un lenguaje metafórico, porque Dios puede hacer que las almas,
cargadas de culpas cometidas, tengan sensibilidad igual a aquella de una
carne, aún antes de que se revistan de aquella carne. Vosotros no sabéis y no
creéis. Pero en verdad os digo que os convendría más sufrir todos los tormentos
de mis mártires antes que aquellas torturas infernales.
La obscuridad será el tercer tormento. Obscuridad material y obscuridad
espiritual. Estar para siempre en las tinieblas después de haber visto la luz
del Paraíso, y estar abrazados por las tinieblas después de haber visto la Luz
que es Dios. ¡¡Debatirse en aquel horror tenebroso, el cual se ilumina
solamente al vibrar del espíritu ardiente, con el nombre del pecado por el cual
están clavados en este horror!! No encontrar excusa en aquella masa de espíritus
que se odian y se dañan recíprocamente, no encontrar otra cosa que la
desesperación que los vuelve locos y siempre y siempre más malditos. Nutrirse
de ella, apoyarse en ella, matarse con ella. La muerte nutrirá la muerte, he
dicho. La desesperación es muerte y nutrirá a estos muertos por toda la
eternidad.
Yo os lo digo, Yo que también he creado aquel lugar; cuando descendí en él
para traer del Limbo a aquellos que aguardaban Mi venida, He tenido horror, Yo,
Dios, de aquel horror; y si no fuese cosa hecha por Dios y por lo tanto
inmutable porque perfecta, habría querido hacerlo menos atroz, porque Soy el
Amor y de aquel horror he tenido dolor.
¡Y vosotros allí queréis ir...!
Meditad, hijos, esta palabra mía. A los enfermos conviene dar medicina amarga,
a los afectados de gangrena conviene cauterizarlos y cortar el mal. Esta es
para vosotros, enfermos y cancerosos, medicina y cauterio de cirujano. No la
rechacéis. Usadla para curaros. La vida no dura por estos pocos días de la
tierra. La vida comienza cuando parece que termina, y no tiene más fin.
Haced que para vosotros transcurra donde la Luz y la Gloria de Dios hacen
bella la eternidad y no donde Satanás es el eterno atormentador". Fin de
cita. I Quaderni de 1944, pág.69.Tomado
de la edición en español de la obra "Sabiduría Divina" de María
Valtorta, Pág.79 a 84.
* * * * * * *
¿Quién querrá ver a sus peores enemigos en tan tremenda y eterna condena?
La Ley, sin embargo, es la Ley. Está de moda entre psicólogos decir "no vaya usted a decir a su niño algo
sobre el Infierno porque lo va a traumar". ¿Acaso cuando usted ve a
alguien distraído a punto de caer en un agujero, no le grita usted ¡cuidado!?
Pero, si el agujero es tan profundo como para que se mate, entonces ellos
proponen que no les de el grito de alerta ¡para que no se vayan a traumar!
El Evangelio es la buena nueva precisamente en el sentido apuntado arriba,
de un grito de alerta oportuno y no en el sentido de que nuestros peores
temores carezcan de fundamento, o que la justicia sea un valor inexistente,
efímero o intrascendente; sino en el sentido de que la conversión individual
gracias al pago de Jesucristo con María al pie de la Cruz es pago ilimitado por
todos nuestros delitos, apertura de la Gloria, y liberación no de la ley, sino
de la condena legal gracias a que Ellos dos tomaron nuestro lugar en el Calvario, que la Ley de Rigor se convierte
en Ley de Misericordia, pero únicamente para los conversos por el arrepentimiento sincero y la absolución del
sacerdote como lo estableció Jesucristo en el Evangelio: "A quienes les perdoneis los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retuviereis les quedarán retenidos" (Juan 20:23).