Como se puede ver, hay seis triángulos luminosos, tres que apuntan hacia afuera del Rostro de Dios, y tres que apuntan hacia adentro, que señalan que todo proviene de Dios, y que todo necesariamente ha de volver a Dios, porque sólo Dios existe en sí, y por sí mismo.
Narran los testigos contemporáneos que tras esta visión el rostro de San Nicolás irradiaba luz como el de Moisés.
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