La trayectoria milenaria del celibato, no sólo sacerdotal sino conventual --lo que incluye a las mujeres consagradas--, nos presenta esta elección de vida como el sello más propio y distinguido de la Iglesia Católica. En resumen: ninguna otra institución en los miles de años de historia de la humanidad nos presenta el celibato como exigencia absoluta para poder ingresar, y permanecer consagrado, fuera de la Iglesia de Roma.
Dícenle sus discípulos: «Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse.» Pero él les dijo: «No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. (Mt 19:10-11)
Con lo que los protestantes se descalifican solos. Ellos carecen de la fuerza que sólo siete sacramentos pueden aportar para seguir plenamente a Jesucristo.
La Iglesia Católica ha sido la única, y no sólo en tener éxito, sino sobre todo en reconocer el atractivo sobrenatural que dicha condición ha ejercido sobre el mundo. El celibato realmente vivido en castidad de hombres y mujeres vírgenes es un triunfo de tal magnitud sobre el poder de la carne que ha sido fundamental para difundir el evangelio: A los fuertes hay que escucharlos.
"La Reforma que Llega de Roma", como fuera desde el principio tildado el Concilio Vaticano II, tan devastador en todos los órdenes no ha podido, afortunadamente, destruir este signo fundamental.
Pero el combate sigue, y la curiosidad aumenta. ¿Por qué?
Y la respuesta en una sociedad pansexualista exige saber ¿Qué se trae la Iglesia contra la sexualidad humana "tan bella".
A la inocente preguntona hubo que hacerle ver el otro lado de la vida:
Lo mejor, señora, está reñido con lo bueno. Pero como toda aristocracia, en este caso la del espíritu, su degradación habría sido su democratización; y los resultados tan obvios que ni usted estaría preguntando, ni yo le estaría contestando. El mundo estaría vacío.
Nadie puede dudar que, de no ser por la sexualidad humana, no estaríamos aquí. Y si estar aquí es bueno, el sexo debe serlo también.
Pero la realidad la contradice severamente en lo limitado de su apreciación. Considero --dice usted-- a la sexualidad humana como parte del don divino, tanto para la cercanía amorosa de los cónyuges como para la constitución de la familia (reproducción de la vida). Pero muy lamentablemente, señora, violadas, violados, prostitutas y todo género de deformados sexuales lo verán de otra manera.
A diferencia de otros vicios, quedar encadenado por el alcohol y por las drogas; o por el tabaquismo, el sexo no requiere de una decisión deliberada para iniciarse, para sentirse urgido, para arriesgarse a quedar preso. El sexo es algo que se nos impone a todos, y sus riesgos conducentes hasta el sadismo han hecho la infelicidad de un elevado porcentaje de la humanidad, y saturarían hasta cinco veces más las agencias del ministerio público de denunciarse todos los delitos que a esta causa son imputables.
Hay, en la sexualidad humana, mucho que contradice la bondad de la Creación.
Habrá usted oído hablar del aborto feticida, y hasta de homosexuales matrimoniados. Y no es necesario alargarse para entender el porqué los vírgenes conocen menos las degradaciones humanas, y están menos propensos a ciertos delitos.
Para mejor entender, el celibato no comenzó con el sacerdocio. Su precedente está en la Sagrada Familia, una familia virginal. Esto es así, porque la sexualidad como la conocemos entró con el Pecado Original (San Agustín). Y es por la Sagrada Familia que Dios va a recrear al hombre caído. Se entiende caído hacia el reino animal. El fruto de la redención, ya que Dios es Rey, y su corte aristocrática, son las almas consagradas.
Desde Génesis dice Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza".
Pretender que hubiera sido "a nuestra imagen pero con injerto de burro y de burra" habría sido aun más ridículo de lo que suena.
Dios tuvo que establecer un sacramento para divinizar una relación que en lo físico es puramente animal, lo propio del animal racional, fruto del Pecado Original pero en un principio no fue así, porque lo que Dios crea, lo crea perfecto.
De manera que su apreciación inocente sobre la sexualidad es real de manera exclusiva, a saber: El sexo es para el matrimonio, el matrimonio es para los hijos, y los hijos son para Dios. Todo así es santo y perfecto, aunque no tan meritorio como forma de vida como para santificar multitudes en lo personal.
Lo que convenció a los paganos fue el celibato sacerdotal, precisamente porque supera las fuerzas humanas. La santidad plena, el Cristo vivo entre los hombres es el sacerdote que vive a Cristo, porque es Cristo quien vive en él.
En el Evangelio dictado a Mª Valtorta aparece ampliado un comentario de Jesucristo nuestro Señor al respecto:
"Amad la voluntad de Dios. Amadla más que la vuestra y seguidla contra las seducciones y poder de las fuerzas del mundo, de la carne y del demonio. También estas cosas tienen su voluntad. Pero en verdad os digo que es muy infeliz quien se doblega a ellas. Vosotros me llamáis: Mesías y Señor. Decís que me amáis y me gritáis "vivas". Me seguís y esto parece que es por amor. Pero en verdad os digo que no todos los que estáis, entraréis conmigo en el Reino de los cielos. También entre mis más antiguos y más cercanos discípulos habrá quienes no entraran, porque harán su voluntad o la de la carne, la del mundo y la del demonio, pero no la de mi Padre. No quien me dice: ¡Señor! ¡Señor! entrará en el reino de los cielos, sino los que hacen la voluntad de mi Padre. Sólo estos entrarán en el reino de Dios".
Comentario aparte. La perfección exigida a un alma consagrada choca contra el consentimiento --aunque no fuera pecado y dentro del matrimonio-- de un sacerdote casado. No podemos ni imaginar a Cristo sometiéndose, ni por un instante, a una voluntad que no fuera en exclusiva la voluntad del Padre. En este caso que pudiera someterse a la voluntad de la carne.
El sacerdote, para ser otro Cristo, tiene que ser regido, igualmente, por esa única voluntad. Y de ninguna manera por la voluntad de la carne, como sería el caso.
Lo que destaca que todas las religiones NO pueden ser iguales, ¡Ni para los ciegos!
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